Voy buscando una sirena con alas. La llevo buscando desde hace como mínimo dos horas, quince minutos y siete segundos, desde que me pareció verla sobre el rombo de la estación del suburbano. He tomado tres tipos diferentes de transporte público para perseguirla por las calles de la ciudad. He venido hasta esta calle, creyendo haberla visto dar zancadas sobre la azotea del edificio. Porque las sirenas aladas pueden dar zancadas.
Me gusta mucho esta calle: creo que por dos veces he soñado con ella. Es una calle adoquinada, de casco viejo de ciudad vieja, con farolas de forja y casas de colores pastel. Tiene un bar reposando en la esquina, un puesto de castañas, un cilindro de esos donde en navidades anuncian productos de perfumería, una fuente con forma de boca de leon, cinco palomas, tres macetas, dos perritos con cara de felicidad y una anciana con rostro de perder hojas de calendario y no importarle. Es una calle de gama alta. Pregunto al guardia urbano si ha visto a mi sirena y me mira con un color extraño, como de indiferencia; le pregunto si sabe de qué color es la indiferencia y me responde con un trino que suena a entre martes y miércoles. Ignoro al probo agente del orden y me deslizo hasta la puerta del bar por ver si mi sirena ha avituallado allí, y me encuentro enseguida delante de un círculo de cristal al que pronto identifico como "taza de café vista desde arriba". No sé cómo me la han servido ni de dónde han salido esos dos círculos que la camarera recoge y a los que tardo en identificar como "moneda de curso legal". Pienso en preguntarle a ella si ha visto a mi sirena, en explicarle cómo la combinación entre las escamas de su cola y las plumas de sus alas la hacen especialmente preciada, pero pienso que será mejor preguntarle algo útil, así que le pregunto si sabe si crecen manzanas cerca de aquí. Parte de mi mente ha formulado un plan para cazar sirenas usando manzanas y otra parte está pensando en sidra (esa es la parte disipada de mi cabeza) pero ella me mira con cara de digestión, concretamente del segundo cuarto de hora de la digestión de una cena pesada, sin alcohol. Creo que es porque he decidido llamarle la atención poniéndome a llorar. Pronto me he sentido estúpido y lo he dejado, aunque la mandíbula me ha comenzado a doler por el esfuerzo de convertir boca y ojos en líneas horizontales. He salido del bar olvidándome del café y agradeciendo telepáticamente las atenciones de la camarera y al abrir la puerta he oído el característico campanilleo que hacen las sirenas aladas cuando alzan el vuelo. Así que he salido corriendo, he saltado entre el segundo perrito con cara feliz y la cuarta farola de forja, y he reanudado mi búsqueda. ¿Dónde estarás, mi sirena alada?
Porcupine Tree - Lazarus
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