09 enero 2007

El club de Robin

Largo volvió a mirar por la ventana del despacho. Una vez más pensó que Lovecraft había hablado de "ángulos imposibles" al mirar desde lo alto del Edificio Tornasol el discurrir de los coches sobre el estropeado asfalto. Desde la altura podía ver perfectamente la capa de smog que serpenteaba entre los edificios reflejando los rayos de sol que aún se atrevían a bajar hasta la ciudad. La última paloma del centro urbano había sido detenida por tráfico de estupefacientes y, según tenía entendido, había sido abatida minutos despues al negarse a pagarle la mordida al agente de policía. Sólo lagartos e insectos se atrevían a compartir con el ser humano la agrietada superficie de la vieja ciudad y ni siquiera ellos estaban a salvo de toser y lanzar esputos negros cada pocas horas. La voz grave de su ayudante retumbó a su espalda:
- Déjalo, Largo, no sirve de nada que esperes ahí de pie. Sientaté...
El escuálido investigador dejó resbalar la cuerda de la persiana veneciana lentamente, quizás intentando que las barras metálicas de esta le protegieran del mundo hostil tras el cristal. Metros más abajo, una anciana abatía su muleta contra la nuca de un sorprendido adolescente asiático mientras su marido observaba impasible cómo saltaba la sangre con cada golpe. Largo suspiro y dejó que su vaho empañara el cristal:
- Creo que jamás he conocido a una mujer que fuera completamente estable, García. Con los años he llegado a pensar que todas son... maniáticas-depresivas en potencia. O bipolares, que creo que es como las llaman ahora, ¿verdad?
Su ayduante estaba bastante lejos de conocer la actualidad del campo de la pisiquiatría, pero aún así asintió con fingida convicción. García se encendió uno de sus apestosos cigarrillos turcos y se sacudió inútilemente los trozos de torilla de patata que desde el desayuno se agarraban a su corbata con desesperación. El venenoso humo del cigarro hizo que el canario dejara de piar, su adicción a la nicotina momentáneamente satisfecha. Largo sacó del bolsillo de su camisa un chicle de nicotina y se lo introdujo en la boca, pensando como siempre en el cáncer de lengua que le tenía que estar rondando.
- Borra eso...
García le miró con ojillos absortos y agazapados tras sus mofletes colorados. Fruncio el ceño y murmuró:
- ¿Que borre el qué?
- Lo de que nunca conocí a una mujer estable. Miento: conocí a una.
El corpulento ayudante cambió de postura con el considerable esfuerzo que le producía mover su masa corporal de un lado a otro de la banqueta.
- ¿La conozco yo?
Largo guardó silencio durante dos segundos y lentamente, como un autómata que volviera a la vida al serle dada cuerda, movió la cabeza negativamente:
- No, fue antes de que te unieras a la firma.
García entrecerró los ojos impaciente y, al comprobar que su jefe se había perdido de nuevo en el mundo tras el cristal de su ventana, preguntó:
- Bien, ¿y qué pasó?
El investigador giró su cabeza lentamente:
- Calibre 38, dos disparos. Uno le perforó la femoral, el otro se enterró a escasos centímetros de su bazo.
García carraspeó, visiblemente molesto, y Largo repuso mientras volvía mirar a la calle buscando con la mirada el coche que nunca aparecería:
- Por eso ya no llevo pistola.

Bush - Little things

2 comentarios:

o s a k a dijo...

he tardado en decirlo: un texto enorme con varias lecturas. Me ha encantado.

nada nuevo bajo el sol-supervillano, todo sea dicho...

n a c o

Gusarapo dijo...

Huy gracias, ya creía que se iba a quedar en el limbo de las entradas sin comentarios. :D